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viernes, 21 de septiembre de 2007

La gente de confianza

Construir un buen gobierno para una gran ciudad tiene varios puntos frágiles, pero uno de los más sensibles es la gente con la que se llevan a cabo grandes proyectos.
Si uno busca experiencia política, es probable que haya más compromiso con grupos e intereses legítimos, que sin embargo al mezclarse con la realidad política pueden dar lugar a una mala consecución de los programas. Ahí es donde las metas fallan.
Por otro lado, el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, como decía Lord Acton. No me refiero sólo al riesgo que existe con la cabeza de un buen o mal gobierno, sino me refiero a toda la gente: no basta con ser secretario o director general para concentrar una interesante cantidad de poder. El jefe de una oficina de permisos tiene un gran poder. El jefe de 20 empleados, puede concentrar gran poder. Las personas cambian cuando se encuentran en una situación distinta de la que solían estar. El poder puede dar mucha seguridad, y esa seguridad bien manejada puede dar buenos resultados, pero mal manejada, puede dar problemas como el acoso sexual, la prepotencia, la corrupción, la deslealtad y otros abusos.
Las historias de traiciones, mentiras, confabulaciones, etcétera son infinitas. A fin de cuentas México tiene más de 2400 municipios que cambian de alcalde cada tres años, lo que permite miles de cotos de poder, unos permanentes y otros temporales. No todos lo serán, pero habrá otros cotos de poder fuera de la administración pública municipal. Las dirigencias de los partidos, incluso a nivel distrital o municipal; las dirigencias sindicales, incluso a nivel seccional; en fin.
¿Cómo lograr ese compromiso de los funcionarios clave? Creo que hay una parte de corto plazo: apoyar el proceso de selección con personas especializadas (pedagogos, psicólogos sociales, etc.), sobre todo para ciertos cargos, y plantear un programa de capacitación y desarrollo humano.
No obstante, tampoco podemos ser inocentes. Nadie llega solo a encabezar un gobierno. Llega con el apoyo de un partido y organizaciones, que quieren, entre otras cosas, colocar a su gente. Decía Rudolph Giuliani que no tiene nada de malo dar trabajo a una persona porque te apoyó en tu campaña, sino sólo porque te apoyó en tu campaña. Eso me parece más importante. Hay que dar oportunidad a la gente que te apoyó, pero en el lugar adecuado. Pero esto también forma parte de las decisiones de corto plazo.
En el largo plazo me parece que lo único que puede salvar a un gobierno de esos vicios del poder, lo único que puede reducir el impacto del síndrome de mareo sobre un tabique en todos los rincones de un gobierno, es convencer de la visión de largo plazo. No me refiero al discurso nada más, sino a que la gente actúe en consecuencia. Es decir, que aún el jefe de la oficina de licencias se convenza de que su honestidad sirve para algo.
Por lo tanto, la cabeza debe ser muy congruente con lo que dice: transparente en sus actos, honesto, trabajador hasta los fines de semana, con actitudes cívicas permanentes. Todos somos humanos, pero hay que esforzarse por ir más allá. El gobernante debe saber equilibrar su imagen de fuerza, que a veces es necesaria, con la humildad para reconocer fallas.

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