La toma de decisiones es uno de los procesos más difíciles al comandar una institución o un grupo de trabajo. El jueves pasado por la noche, el presidente se reunió con su gabinete para tomar decisiones serias y difíciles en torno a una probable epidemia de influenza, destacada al menos por un diario nacional (REFORMA) y que ya habría causado algunas muertes.
Esa tarde, al momento de iniciar la reunión, podríamos todos suponer que hubo varias alternativas sobre la mesa: seguro una más moderada y probablemente una más radical. La más moderada era -supongo- emitir una alerta muy importante para evitar contagios, usar tapabocas, conseguir vacunas y medicinas, informar a la población y establecer medidas preventivas duras, pero que no implicaran parar actividad alguna; la elegida ya sabemos cuál fue, y la más radical, si existió, seguro consistía en suspender todo tipo de actividades, salvo las necesarias en medio de la emergencia. Si el panorama era tan desolador como nos lo han venido pintando a lo largo de las últimas 96 horas, seguro el debate fue entre estas tres opciones, con algunos matices eventualmente. Seguramente alguien sopesó los impactos económicos.
En los efectos de cualquier decisión también se tendrían que haber analizado tres posibles escenarios: un desplome muy corto de la enfermedad, un desplome en semanas y un desplome en meses. Mientras más dura fuera la medida preventiva, más probabilidades habría de acortar los tiempos de la epidemia.
Mi argumento estos días ha sido: la decisión fue muy superior al tamaño de la emergencia, no porque la emergencia sea despreciable, sino porque los impactos habrán de ser desastrosos (más caro el caldo que las albóndigas) y las incidencias hasta el momento serían comparables con otras enfermedades en distintos momentos de la historia. Entiendo que al tratarse de una mutación el riesgo se incrementa. Pero también creo que todas las muertes por enfermedades respiratorias tenderán a contabilizarse como influenza porcina, lo mismo que la morbilidad. Hablar de unos 2000 enfermos al día de hoy y unos 150 muertos -en más de una semana- omite que no todos los 2000 enfermos están claramente relacionados con la influenza porcina y por supuesto no todos los muertos, y en este momento es difícil pensar que haya cifra negra.
Busqué simplemente la información sobre mortalidades por enfermedades respiratorias para un mes de abril y esto encontré en el INEGI para 2007: 3419 muertes en un mes con mejor clima que el invernal. No son menores los datos. Pero insisto en que en este momento cualquier muerte por neumonía se asociará a la influenza, y no necesariamente lo es.
Hay información contradictoria, pero respecto a los tapabocas un planteamiento es que no sirven porque el virus tiene capacidad de pasar a través del tapabocas; respecto a las vacunas, un planteamiento es que no sirven porque se trata de una mutación. Sin embargo, todos están con tapabocas sencillos y tratando de ponerse las vacunas. Si la enfermedad realmente está cediendo, como se anunció hace unas horas, esto será muy bueno, pero demostrará que el riesgo era mucho menor, aunque hay que reconocer que la información disponible ayudó a no tratar con tesitos algo que requiere retrovirales.
La parte positiva de una sobrerreacción es que de pronto todos se hacen concientes del riesgo de la enfermedad (aunque las precauciones puedan ser excesivas o insuficientes) y disminuye la incidencia del virus. La parte negativa es que la economía quedará muy afectada. Hay un daño a la imagen del país, aún cuando nuestras autoridades han actuado muy bien.
Esa toma de decisión es la difícil y mucho de mi escepticismo va por ese lado. El daño es terrible y la influenza no es la única enfermedad rara que se ha dado en México. De allí mis dudas.
martes, 28 de abril de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario