Hace dos años y medio, de visita a unos amigos en Amsterdam, estaba comiendo cuando la hija de ellos comenzó a jugar con un salami. La pequeña Gaia estaba parada y con el salami fue siguiendo la forma de la silla, de la mesa y de otros objetos que se encontraba a su paso. De pronto el salami cayó al suelo. Eso bastó para que dejara de jugar y se lo comiera. Cuando dio la primera mordida avisé a su madre: "Ada, Gaia está comiendo el salami que se le cayó al piso". ¿Cuál es el problema? respondió preguntando mi amiga catalana. "Ya lo besó el diablo" respondí evocando mi arraigada educación mexicana. "En Holanda no hay diablo" fue la respuesta contundente de Ada.
En otra ocasión estaban unos amigos en casa, había palomitas y a Raquel se le cayó una al piso. La separó. Yo le pregunté si no se la iba a comer, simplemente para tirarla a la basura. Creo que soy un poco duro para hacer las preguntas, porque ella temerosa cogió la palomita y se la comió.
Nuestra cultura de la higiente es muy distinta de la europea. Aquella, sin embargo, parece más relajada, al menos desde que las cosas llegan al consumidor final (en México hay que lavar la fruta, pero allá se acostumbra comerla sin lavarla; en México no se recomienda beber agua de la llave, allá sí pues la palabra potable implica que puede beberse). Seguramente, el que acá tengamos más insectos que allá y un clima más propicio a la proliferación de bacterias contribuye a esta diferencia.
Normalizar la vida en la Ciudad de México pasa por volver a hacer aquello que no estaba mal hacer. Quiero decir. Ayer desperté con la novedad de que usar corbata es malo para la salud. Desde luego que cuando hace mucho calor la corbata puede contribuir a sofocar a las personas. ¿Ahora cualquier tontería que se les ocurra a las autoridades va a ser aceptable? El cuestionamiento que hoy hicieron varios periódicos es fundamental: grandes medidas higiénicas para baños antihigiénicos, sin jabón, sin papel, sin agua. En una escala de prioridades, el quitarnos la corbata queda rebasado por muchas otras medidas que no habremos de tomar, como desde luego eliminar la venta de alimentos en la vía pública o abastecer de lo elemental a los baños de escuelas y oficinas.
No sólo sigo pensando que estas medidas tienen como propósito evitar una discusión: ¿por qué se declaró una emergencia de tal magnitud frente a tan pocos casos? Nuestras autoridades, federales y locales, de cualquier partido, no saldrán bien libradas. Ninguno, sin embargo, se atrevió a cuestionar lo que estaba sucediendo. La epidemia los alineó a todos en torno al señor presidente. Los que le dieron la espalda cuando lo tenían que apoyar, lo han apoyado ahora en su peor error, así que son ya tan responsables.
Mirando hacia adelante yo nada más propongo en esta materia dos cosas:
-Que volvamos a la normalidad lo más pronto posible, lo que implica liberarnos del uso general de tapabocas, volvernos a saludar con la afectividad que nos caracteriza y que dejemos de lado ideas tan absurdas como el retiro de la corbata por esta causa (en realidad, deberíamos ser más relajados y eliminar la corbata los viernes, para lo cual siempre encuentro resistencia; y en general, que la forma de vestir no sea causa de discriminación laboral -es decir, que en la mayoría de las oficinas el uso de la corbata siempre sea opcional-).
-Que establezcamos prioridades en hábitos de salud y construyamos toda la institucionalidad que dichos hábitos requieren, lo cual implica que los baños de las escuelas y los edificios públicos cuenten no sólo con papel y jabón, sino con anillo y cubreanillo, bebederos de agua potable, menor consumo de alimentos en la vía pública, sanitización y limpieza permanente de barandales del metro, puentes peatonales, y en general todos los puntos de contacto de las manos en la calle o en el transporte. Los especialistas sabrán, mejor que yo, qué cosas permanentes se tendrían que hacer sin llegar a extremos paranoicos que al cabo del tiempo nos reduzcan las defensas.
Recuperar la imagen perdida será imposible mientras nuestras autoridades se empeñen en mantener medidas solo congruentes con el mito de la emergencia. Lo peor del caso es que la mayoría de la gente está angustiada y convencida. Yo, francamente, me siento como la chica del aquél famoso anuncio de 1984 de Apple, ustedes disculparán:
jueves, 7 de mayo de 2009
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