Supongo que alguna vez se habrá hecho una encuesta sobre los hábitos de manejo de los capitalinos, pero en general sabemos algunas cosas frecuentes: hay muchos que están dispuestos a estorbar, aún escuchando un concierto de cláxones; muy pocos han tomado cursos autorizados de manejo, pues domina la enseñanza personal por amigos o familiares; carecemos de una formación teórica; somos los más eficientes para darnos vueltas a la izquierda, aún estando prohibidas; la mayoría tiene prisa.
Nuestros hábitos de manejo han ido de la mano de la corrupción. En alguna época las preguntas para obtener la licencia eran tales como "¿En qué artículo del reglamento se señalan los límites de velocidad?" y el análisis médico tendía a exagerar problemas menores como una miopía inferior a un grado. El resultado es que hoy no es necesario tomar cursos, no es necesario conocer la teoría y nadie es examinado ni en términos de salud ni de conocimientos o habilidades. La licencia, en sentido estricto, sólo es un documento de identificación del conductor y no un documento que garantice que el portador sabe manejar.
¿Cuál sería la licencia ideal? Creo que la licencia debería ser el resumen del historial como conductor de una persona, y al mismo tiempo quienes la tuvieran deberían tomar cursos, acreditar exámenes, participar en simuladores, ver videos sobre buena y mala conducción, saber de los accidentes más frecuentes, saber actuar en caso de emergencia, tener conocimientos sobre la señalización y sobre cómo atender fallas menores del vehículo. Es decir, la licencia ideal da información a la autoridad y a las aseguradoras; y para su primera emisión implica no menos de 100 horas de estudio.
Mi planteamiento no es que establezcamos esta licencia mañana o para el próximo año. No. Sólo me hago la pregunta ¿cuándo?
martes, 13 de enero de 2009
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