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domingo, 4 de noviembre de 2007

Teatro

El teatro en la Ciudad de México es una actividad muy importante. Hay siempre una gran cartelera, la más grande del país, aunque no todo es de calidad. Hay una buena cantidad de obras con contenidos sexuales usualmente dirigidas al mercado de los homosexuales. Sin embargo hay también obras de calidad con grandes actores y que llegan a ser exportadas.
La zona de teatros es una zona insegura por las noches. No hay una zona exclusiva, pero en particular la colonia San Rafael es la zona identificada como de teatros (Teatros Jorge Negrete, Manolo Fábregas, Virginia Fábregas, Fernando Soler, Renacimiento, San Rafael, Juan Ruíz de Alarcón y Aldama). La zona no tiene mayor actividad nocturna que los teatros, algunos tugurios y prostitución callejera en sus límites sur y norte. Hay otros teatros distribuidos por toda la ciudad, aunque el sur tiende a ser más favorecido.
No soy un aficionado al teatro, pero al igual que me he referido en la economía al tema de la economía en todos los rincones, creo que debe haber cultura en todos los rincones y teatro en todos los rincones. Todas las delegaciones tienen instalaciones en las que se pueden representar obras de teatro, pero no todas tienen las facilidades para montar escenografías, albergar a una buena cantidad de actores ni difundir las obras que allí se presentan.
No me voy a quedar en una simple denuncia de que no hay una buena difusión de lo que se hace. Yo creo que más allá de la difusión, si se procura la calidad, la difusión llega sola. Y la manera de procurar la calidad pasa sí por buenos actores, por buenos directores y por buenos guionistas, pero también por facilidades para los montajes, estímulos a la creatividad, profesionalización de las actividades y accesibilidad.
Por una gran obra vale la pena atravesar la ciudad. Por una obra de entretenimiento, pero de calidad, vale la pena caminar un poco al teatro más cercano.
Hay que mejorar las zonas en las que se ubiquen los teatros, mejorar facilidades de acceso, seguridad, procurar que haya bares y restoranes en los alrededores, el que se pueda caminar de noche, y claro, el que haya difusión.
La lógica de una ciudad monstruosa en la que uno trabaja 5 ó 6 días a la semana, llega cansado el viernes, el sábado lo dedica a compras y a arreglar la casa, y el domingo a no hacer absolutamente nada, me parece un círculo vicioso. Pero esforzarse por "ser culto" y obtener como recompensa un buen susto en una calle peligrosa o una obra de teatro mal montada, me resulta absurdo.
Hagámos de la ciudad de México la capital del teatro latinoamericano, y llevemos la cultura del teatro a todos los rincones de la ciudad, procurando también un espíritu crítico, es decir, no aplaudir cualquier cosa, sino hacer público.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Se te olvida comentar que las producciones independientes o de instituciones como la UNAM o la UAM ofrecen espacio para todo público y a precios accesibles, pero ante la inexistente política cultural del Estado (que no viene solamente con Vicente Fox), estas ofertas son poco difundidas. Detrás del auditorio Nacional, todos los domingos se ofrecen buenas presentaciones a precios mínimos y que permiten acercarse. ¿Quién sabe de ello? Muy pocos y lo bueno sería que la política cultural fuerá realmente más fuerte para acercar a todos los grupos sociales espacios.

JAMS

Roberto Remes Tello de Meneses dijo...

Aunque como decía en el artículo, no creo que el problema se circunscriba sólo a la difusión (definitivamente preferiría escuchar anuncios de obras de teatro que anuncios de la Cámara de Diputados o la de Senadores). Cuando hablamos de la accesibilidad también tiene que ver con la distancia y la congruencia entre el público y la obra. Si las telenovelas han permeado tanto en la cultura nacional es porque crean empatía entre el público y la obra, y creo que puede haber cosas de calidad que logren esa empatía, y que permitan que el auditorio se meta en lo que ve.

Anónimo dijo...

Tienes razón: no solamente es un problema de difusión. Tiene que ver con una política cultural que haga propia la cultura para las personas. En el caso de las telenovelas, debemos observar que el aparato publicitario que traén en sí es suficiente para que todos "nos reconozcamos" en ellas ¿Qué sucedería si el Estado no adopta como política de nación el teatro? y no hablo de un Estado paternalista. Recuerda el caso del Beisbol en la capital. El Parque Mexicano del Seguro Social (al que seguro asististe con buenos amigos) dejó de Ser cuando el Estado modificó su política y pretendió cobrarle más a unos empresarios poco comprometidos con el deporte. El resultado es que el Beisbol en la capital sobrevive gracias a las pequeñas ligas y no al nuevo estadio de Beisbol donde, por cierto, he visto a un familiar tuyo peloteando como en sus mejores tiempos. Cuando el cine se convirtió -como en los EUA- en un tema de Estado, por la difusión de valores, prosperó y muchos fuímos felices con las matines de dos y tres películas. Los actores que participan en el círculo teatral, instituciones pública y privadas, deben hacer una política de Estado.

JAMS.

Roberto Remes Tello de Meneses dijo...

No es nada más el aparato publicitario. ¡Son los sueños! Las princesas no existen, existen los príncipes azules en sus sueños, y por eso tanta explotación del síndrome de Cenicienta. Pero en el fondo no es tan distinto de los sueños que los hijos de nadie tendrían por ser hijosdalgo y ser héroes de la caballería. No pretendo comparar a Ernesto Alonso con Miguel de Cervantes, de ninguna manera, lo que pretendo es plantear que "cultura" no puede estar peleada de "cultura popular", y que encontrar la cultura no puede significar hacer un esfuerzo, porque la cultura es entretenimiento. Resulta difícil precisar los términos puesto que esto no debe conducirnos a aplaudir las estupideces de Jorge Ortiz de Pinedo en una supuesta escuelita, o a pensar que una obra de televisión, hecha con fines comerciales, es el modelo ideal de cultura, pero sí que el espectador no puede estar esforzándose por entender algo que tiene otro nivel, digamos, de metáfora, que lo coloca frente a obras "elevadas" como estaría cualquier nóbel de literatura tratando de entender una obra "dadaista".