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miércoles, 28 de abril de 2010

La ciudadanía profunda y el tejido social

Por José Alberto Márquez Salazar

El culto a la personalidad y la tracción de la vida como espectáculo favorecen los impactos de la crisis económica sobre la vida social mundial. Desde Nueva Delhi hasta el Distrito Federal los seres humanos viven un profundo proceso de modificaciones sociales comparable solamente al que se vivió durante el Renacimiento. Los cambios son apenas perceptibles porque se van asimilando diariamente y aunque la resistencia a ellos parece manifestarse, el alud impide siquiera comprenderlos para poder empujar en contrario.

Visto con retrospectiva, el Renacimiento provocó modificaciones que ahora vemos con buenos ojos; en ese tiempo el temor era presente y por esa razón instituciones como la Iglesia Católica se opusieron a ellos.

Día a día, diversos medios de comunicación –sobre todo los impresos- reseñan el paso cotidiano de personas que enfrentan trastornos psicológicos derivados de los impactos económicos y sociales. Su incapacidad e imposibilidad de entenderlos provoca en ellos escapes que colorean las páginas rojas de muchos diarios, el rompimiento al interior de su familia y frente a la sociedad. Hablar de éstas y los efectos que la crisis global provoca en la población mexicana ya es cotidiano. Frente a ello, es necesario poner en práctica desde los ámbitos de nuestra familia y comunidad una profunda reconstrucción del tejido social.

Transitar hacía esa reconstrucción requiere también entender el proceso de ciudadanía profunda propuesto por Paul Barry Clarke donde los ciudadanos saben que ésta implica derechos y titularidades. Por supuesto que en nuestro contexto, en el contexto liberal económico-político que vivimos esto implica una supuesta contradicción de la que hablaremos líneas adelante.

El proceso de ciudadanización que debemos consolidar en México implica entender que las instituciones son reguladoras de las estrategias políticas, económicas, culturales y sociales en general, pero es el ciudadano quien cierra el círculo de éstas. Si una sociedad espera todo del Estado o gobiernos deja de lado su papel transformador en esta historia.

Recientemente visite una clínica privada de asistencia social donde se brindan servicios que permiten a personas de todos los niveles socioeconómicos solventar operaciones ortopédicas cotosas. Durante esta visita pude observar que el 90 % de quienes requerían el servicio y lo recibían eran personas de escasos recursos. La demanda satura las posibilidades de que la atención sea rápida y por ello hay que esperar varias horas. No fueron pocos los solicitantes que manifestaron su malestar por esa situación y evidenciaron conductas de poco respeto al mobiliario y el entorno: tiraban basura, comían donde estaba prohibido, utilizaban las sillas para los pacientes y muchos reclamaban un buen servicio…¡pero todo lo estaban recibiendo gratis!

En una exagerada relación pude observar cómo nuestro tejido social debe replantearse sobre un conjunto de valores que los ciudadanos construyan. Reconstruir el tejido social requiere inevitablemente reactivar o recomponer las redes formales o informales que permiten a las personas su desarrollo dentro de una sociedad y la interlocución con las autoridades. Cuando estas redes se rompen el individuo se aísla y las políticas públicas pierden su efecto. Si a ello sumamos que las normas de convivencia son confusas u obsoletas el tejido desaparece completamente.
Entre lo que podemos denominar como la base social y el grupo de instituciones se encuentra un ámbito de interrelación conformado por políticas, instituciones, grupos e individuos encargados de cohesionarlos dentro del marco legal. Es ahí donde debemos trabajar.

Como señale líneas atrás, parece una contradicción replantear el tejido social porque esto nos convoca a la Comunidad y evidentemente ésta es una fase inferior a la Ciudad donde el ciudadano tiene lugar. Si los procesos urbanos de la globalización económica dejaron ver modelos donde los individuos se aislaban y la responsabilidad sobre el exterior, el espacio social compartido, tenía que ver con el Estado y los servicios con los mecanismos de mercado, ahora las grandes ciudades buscan restablecer los principios de la comunidad. Esta es una transformación radical de los modelos sociales porque implica la construcción de una ciudadanía profunda. Es decir, de una ciudadanía que involucre obligaciones y actividades políticas constantes y continuas. El ciudadano está implicado en los derechos, pero más en las obligaciones que tiene.
¿Es desde el ámbito comunitario, respetando la privacidad de los ciudadanos, desde donde se trabaja este nuevo modelo? ¿Nuestra miopía política podrá darnos certezas para abordar el camino comunitario alejándolo de la riña política y acercándolo a la ciudadanía? Son preguntas sobre las cuáles no tengo respuestas, pero que me infieren a posibilidades de desarrollo para el país.

La idea de la reconstrucción del tejido social y del proceso de ciudadanización tiene problemas cuando se implementa de arriba abajo, cuando un pequeño grupo o élite trata de establecer un marco general donde quepamos todos. El Estado liberal del siglo XIX proponía crear esa ciudadanía, pero no contó con la asimetría que la población tenía: un pequeño grupo de ilustrados frente a una enorme masa carente de los bienestares mínimos.

El debate sobre la estrategia de combate al narcotráfico puede ser objeto de dudas o críticas por parte de los ciudadanos o los especialistas. Lo que debemos evitar es dejar solos a los gobierno, del color que sean, en ese combate. Por eso es necesario que los ciudadanos aprovechemos nuestros instrumentos sociales y normativos. Es desde el ámbito comunitario desde donde podemos colaborar con el combate frontal al crimen y la delincuencia organizada.

Formar ciudadanos capaces de acercarse a la comunidad y construir los lazos de solidaridad y trabajo no es una tarea sencilla. Lograrlo implica tender el camino a esa serie de personas que viven con trastornos psicológicos y que no ven la salida.
Es cierto que la demagogia política genera reservas, pero si la autoridad deja de lado las visiones asistencialistas y decide construir junto a la gente las nuevas redes del tejido social también configuraremos una nueva visión de Estado.

Y es también desde la comunidad donde el culto a la personalidad y la vida como espectáculo deben ser frenadas. Si las redes sociales no virtuales, las que tenemos día con día con el vecino, con el de al lado, consiguen retomar los principios comunitarios basados en la idea de ciudadanía profunda mucho haremos para entender y adaptarnos a las transformaciones sociales de este siglo XXI que es visto por no pocos como el Segundo Renacimiento.

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