Por José Alberto Márquez Salazar
El portal del periódico Reforma en la red tiene un interesante gráfico animado donde se pregunta ¿si Alejandra Barrales y Mariana Gómez del Campo, lideres y legisladoras del PRD y PAN en el Distrito Federal, también son rivales en la moda? Digo que interesante no por el sesudo análisis que presenta sino por la simpleza e incapacidad para que un medio de comunicación promueva entre la ciudadanía temas de verdadera relevancia. A la par de esta presentación, algunos medios del mundo del espectáculo compiten por ver quién prestigia más al presidente nacional del PAN por su boda con una cantante juvenil.
Al margen del respeto que merece la vida privada de todos, no preocupa que cada cual ande publicitándose por amar o no a alguien; lo que preocupa es que nuestros políticos sean tan burdos e incapaces para amarrar acuerdos, pero logren matrimonios.
Recién, también, el ex novio de la hija de la Maestra Elba Esther Gordillo fue dado de baja en sus comisiones de la Cámara de Diputados luego de que terminara el romance con aquella. Desde el ilustre Senador Creel hasta el gobernador del estado de México, parece que la agenda de los políticos se ocupa menos de los barrios pobres y más de la televisión. Mala la cosas para la República cuando se deposita en el corazón la toma de decisiones.
Pero si nosotros andamos errados en eso de los dislates políticos, los vecinos allende el río no pintan nada mal. Mientras en campaña Barack Obama criticó severamente el gasto militar realizado en la guerra contra Irak y señaló que se había invertido casi un billón de dólares en ella, mientras las escuelas en los Estados Unidos eran insuficientes, las carreteras y puentes se derrumbaban y se incrementaban los precios de los alimentos y gasolinas, apenas cumplido un año, ya con el Premio Nobel de la Paz, el Senado estadounidense aprobó a su solicitud un gasto militar de 636 mil millones de dólares.
Mientras nuestra frontera arde en cada estado por el crecimiento y orden que quiere imponer el narcotráfico, el pasado 16 de marzo, Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Interna de los Estados Unidos, afirmó contundente que desplegar al Ejército en Ciudad Juárez “no ha ayudado en nada”. Parece que la misma observación debe aplicarse en el caso del ejército estadounidense en medio oriente y recordar que si los Estados Unidos no formalizan y fortalecen una alianza con el Estado mexicano considerándolo par, si continúan tratando de imponer su criterio y visiones unilaterales, perderán una guerra regional.
Y es esa guerra regional en la que estamos involucrados todos, en menor o mayor medida por eso ofende que el presidente de nuestra maltratada República siga creyendo en esa guerra donde los muertos los ponen otros, pero más ofensivo es el desconcierto del Congreso de la unión que nada más crítica para salir en la foto, pero llegada la víspera de la Semana Mayor, alista maletas y ponga pie en lontananza.
Con tantas malas notas parece que la enciclopedia de nuestras miserias va ganando terreno y derrumbando el viejo e impoluto pasado de nuestra profunda historia. Sólo así se justifica el enojo del presidente y su reclamo de que somos nosotros los primeros en “satanizar” a México. Y tiene razón cuando su vista solamente ojea las críticas que hay para un Ejecutivo que prometió empleos, seguridad y mejores tiempos. Pero como son tiempos de celebrar la historia, hasta en la Plaza Mayor ponen una muestra para que recordemos las maravillas que tenemos y que muchas generaciones desconocen porque entre la desinformación política de hoy, la falta de cultura, la deficiente educación y la carencia de recursos para viajar más allá de Cuatitlán, no vemos cómo.
Ora bien, nuestros medios de comunicación dan cobertura a la moda que tienen las líderes de los principales partidos en el DF, pero no nos dicen nada de sus logros, de sus proyectos, del cumplimiento de sus promesas realizadas en campaña.
España tuvo su transición y los medios la suya; México aún carece de códigos de ética que nos ayuden a darle un sentido a nuestra transición. El rating y la venta, la comercialización, la publicidad, son las líneas teóricas que definen nuestra agenda pública.
Esta semana, una desafortunada nota fue difundida por los twiteros. La supuesta desaparición de una niña generó una respuesta impresionante de solidaridad. La red fue permeada por signos de apoyo. Y de ahí fue donde los medios de comunicación impresos y electrónicos tomaron la nota y la proyectaron a nivel nacional. Pese a todas las contradicciones que se notaba en la declaración de los padres de la niña, casi todos creyeron su decir y lamentaron la inseguridad, la tragedia anunciada; fueron pocos los que advirtieron las mentiras y por ello fueron satanizados. Hoy sabemos que una gran farsa fue escenificada, nos mintieron y acrecentaron el ruido de la desesperanza. ¿En qué debemos creer, a quién debemos creer?
No es una respuesta sencilla porque implica desaprender muchas cosas. Una de ellas, la fundamental es volver a creer. La diferencia entre el Viejo y el Nuevo Testamento, que conforman la Biblia, radica en que el primero reseña el pacto entre el pueblo de Israel y Dios, el segundo la reconstrucción de ese pacto.
En México tenemos un pacto inicial cuando creamos al Estado, luego en el inicio del siglo XX volvimos a confeccionarlo tras el enfrentamiento armado. La transición iniciada en 1970 no ha dado un nuevo pacto ni social, ni político y menos económico. Reformas van y vienen pretendiendo acomodar a la clase política, pero no tienen vistas de largo plazo.
En pleno festejo por nuestros centenarios las cosas pintan regulares en la República y el 2012 ya es mencionado con insistencia. Los partidos afinan recursos –de todos- para ganar los cargos, pero no para atender a la población y el desencanto que tienen los ciudadanos.
Ya nos vamos a hacer la Revolución, mejor vamos estos días a pensar y reflexionar en el tiempo que da la Semana Mayor o, de plano, vámonos de vacaciones para dejar la solemnidad.
jueves, 1 de abril de 2010
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