Hace 8 años fui candidato a diputado local. Recuerdo que en aquel entonces cada que planteaba en las colonias mi propuesta de trabajar en planes de largo plazo en materia de agua y transporte la gente hacía bizcos. Queremos agua hoy, decían. Al mismo tiempo que yo hacía campaña en un distrito de Iztapalapa escuchaba a los precandidatos plurinominales pactar la ubicación de su oficina de enlace para ganar más apoyos en la asamblea que les permitiera estar en un mejor sitio en la lista.
Desde entonces he aprendido muchas cosas, pero en general mi pensamiento no ha cambiado tanto, salvo en una cosa fundamental. Una de las cuestiones que prometí entonces -no gané, por cierto- fue hacer informes itinerantes. Cada mes haría un informe de actividades en una colonia distinta de mi distrito. Hoy mis promesas serían distintas.
Mi primer compromiso, en caso de ser diputado, es no regresar a mi distrito. Es un compromiso de desvinculación. Ya no quiero a mi diputado cerca. Los diputados que están cerca de sus electores son diputados light. De ser posible, el presupuesto de la oficina de enlace lo destinaría a asesores, no a gestores. Odio la gestoría de los diputados. Como dice Arne aus den Ruthen, no queremos coyotes sino legisladores.
¿Qué ganamos con un diputado que gestiona computadoras para las escuelas de su distrito? Pues ganamos que el reparto de computadoras no siga más criterios que los políticos. En lugar de que el reparto se haga equitativamente conforme a la disponibilidad presupuestal, tenemos a un tipo o tipa reclamando que lleguen más computadoras con sus electores, para que el se pueda pavonear y elegir como federal o local en el siguiente periodo. Miseria.
Si yo fuera diputado me enfocaría a las comisiones más relacionadas con mi conocimiento. Obvio, buscaría la presidencia de la Comisión de Transporte y Vialidad; la participación en la de Medio Ambiente y quizá en alguna comisión económica. Enfocaría mi esfuerzo a foros de discusión sobre los problemas y soluciones de los temas correspondientes a mis comisiones. Colaboraría todo el tiempo con las autoridades de las secretarías relacionadas con estos temas, para que tuvieran los recursos, materiales, legales y humanos, para desempeñar bien su trabajo. Entendería sus dificultades para llevar a buen término sus proyectos, aportaría soluciones y criticaría desvíos. Mi papel estaría enteramente dedicado a promover mejores herramientas para el desempeño del Poder Ejecutivo.
Las campañas deberían estar orientadas a los temas en los que participará, de ganar, el candidato. Éste tendría que tener claro en qué comisiones quiere participar en función de lo que sabe y no en función del poder que le den dichas comisiones. El reparto de las mismas tendría que ser conforme al curriculum del diputado y no conforme a los balances entre los partidos.
Seré franco, sí quiero ser diputado, pero ya me dan flojera las sonrisitas, regalar gorras y playeras, comprometer; estoy, como muchos, cansado de la hipocresía que hemos construido, del coyotaje que pareciera ser un triunfo cuando es una derrota, de la trivialidad que hay detrás de la mayoría de sus iniciativas. Por eso prefiero que mi diputado no regrese a mi colonia, que no se acuerde de mí, que se dedique a legislar y no a gestionar.
La mejor prueba de que un diputado es un paria para la sociedad es la difusión de su informe anual con carteles pegados en los postes o con espectaculares. Acciones sin resultados. Difusión para la siguiente campaña, esfuerzo por la difusión antes que por la legislación. La mejor garantía de una mala elección es el diputado dedicando la mayor parte de su tiempo a la "operación política" y no al conocimiento y la discusión legislativa. De qué nos sirven personajes que de diputados pasaron de noche en su legislatura pero tejieron amarres para luego convertirse en poder en sus territorios.
Por eso no seré diputado.
lunes, 17 de enero de 2011
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