Por José Alberto Márquez Salazar.
El primero de agosto de 1933, Manuel Gómez Morín dirigió una carta a Mariano Azuela donde advirtió: “Cuando llegue el momento, siempre llegan los momentos que se desean limpiamente y se gestionan con eficacia, cuajará de pronto una insospechada unanimidad que podrá resolverse en obra material y fecunda, no sólo en triunfo ocasional y precario”. Don Manuel ya apuntaba la creación del Partido Acción Nacional en tiempos en que el curso de la Revolución de 1910 parecía pervertirse. La lucha de caudillos pasó, pero el nuevo Estado abandonaba toda cortesía sobre la democracia. Gómez Morín veía un México caótico y desordenado donde los “ideales” no se cumplían. Crítico, se separó del gobierno en el que ya no creía; fundó y creó nuevas opciones.
En nuestros días, los medios de comunicación parecen apuntalar una herencia dieciochesca: nuestra predisposición al pesimismo. Y ese es un mal que la República debe dejar tras. No hablo del pesimismo sobre lo que ya está, de lo existente; me refiero al pesimismo que nos augura tiempos negros y oscuros, como si nada fuera a mejorar en el país, nada fuera a cambiar y todos estuviéramos empeñados en llevar al barranco a la patria de Guillermo Prieto.
No falta el día en que nuestras autoridades por sus fallas u omisiones incrementan la ola simplista del advenimiento de catástrofe. Sin caer en la tentación del romanticismo mercadológico, hay que dejar los anteojos del viejo Régimen para advertir que hoy en muchos rincones de la República se construyen caminos seguros. Día con día, miles de mexicanos construyen y trabajan febrilmente para construir. Advertir eso es tan importante como entender que la seguridad que brinda el Estado no es suficiente.
De unas fechas para acá, ciudad Juárez es utilizada para espolvorear más pesimismo. Tirios y Troyanos se lanzan acusaciones; todos reclaman y pocos ponen de su parte algo para que la situación mejore. Juárez no nació ayer y la situación delincuencial no fue creada ex profeso con la entrada del ejército. Juárez es un reflejo de las omisiones en que todos hemos incurrido sin atender que creamos un bello monstruo que ahora no sabemos detener.
Películas de los años cincuenta describía a Juárez como un sitio de esparcimiento y de libertad, donde la prostitución y el consumo de drogas eran cotidianos. En esa ciudad como en otras muchas, los habitantes mantienen culto a los narcotraficantes y éstos son un símbolo de prosperidad y triunfo social. No hace mucho a favor de “la libertad de expresión” se debatió sobre los narcocorridos. La sociedad solamente vio que el Estado pretendía cancelar libertades; no vimos el otro punto, la glorificación de la visión delincuencial del mundo.
La tragedia, las lágrimas y el malestar sacuden a México y nuestro primer impulso es criticar al contrario, al que determinamos como único responsable. Por supuesto, no faltan quienes advirtiendo sobre la necesidad de cambiar estrategias contra la delincuencia organizada buscan llenar sus alforjas políticas. Pero no es un solo partido el que hace uso electoral de las tragedias. En el Distrito Federal, en 1999, dos años después de inaugurada la elección del Jefe de Gobierno, un cómico fue asesinado al salir de un conocido restaurante. El peligro de la anarquía e ingobernabilidad fue declarado abiertamente por el PRI y el PAN y lo menos que se pidió fue la cabeza de Cuauhtémoc Cárdenas; en respuesta la Procuraduría local inventó y definió culpables para salvar el conflicto político y atenuar los ataques mediáticos. Más tarde supimos todos que el artista tenía nexos con el narcotráfico, pero se quería ocultar la información porque éste era presidente del movimiento “Vive sin Drogas” de Televisión Azteca.
Ahora fue Juárez y PRI y PRD piden cabezas. Nadie dice esta culpa es mía, es nuestra, porque eso no es políticamente correcto, porque eso significa admitir que todos somos culpables y disminuye los votos. El Congreso señala culpables pero fue incapaz de generara las reformas penales y en materia de seguridad y desarrollo social para reconstruir el tejido social. El gobierno estatal decide trasladar los poderes a otra ciudad, a la manera de Benito Juárez o de Venustiano Carranza, lo cierto es que la delincuencia organizada tiene una estructura bien cimentada en cualquier lugar que vayamos. El gobierno federal apunta nuevas estrategias y decide ir en pleno para atenuar la ya existente desgracia, pero eso lo hace después de la ausencia.
La impunidad también la ha tenido el PRD. En 2004, varios policías fueron quemados vivos por unos pobladores en el Distrito Federal. La responsabilidad de los hechos quedó en manos del gobierno federal, Vicente Fox, del Jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, y del jefe de la policía capitalina, Marcelo Ebrard. (“Con los usos y costumbres no hay que meterse”, dijo AMLO). Muchas lágrimas se derramaron, muchos pidieron cabezas, se culparon unos a otros y hasta los helicópteros fueron exonerados. El jefe de la policía, incapaz de salvar a los suyos, ganó la Jefatura del Gobierno y en sus manos estamos (New´s Divine, inundaciones, etcétera, son el color de la vida). ¿Y el PRI? Bueno, setenta años de impunidad no se pueden describir en breves líneas.
Las tragedias sacuden a los medios de comunicación, nos conmocionan, pero luego no pasa nada. Tirios y troyanos se culpan y todos parecemos terminar hastiados de ser tan irresponsables.
¿Fue igual de caótico e impune el tiempo en que Manuel Gómez Morín lanzó su manifiesto de Acción? Si era así, la idea fue clara, promover, hacer, no quedarse quietos criticando nada más.
La sociedad se mueve, imperceptiblemente lo hace al margen de los partidos políticos: desde lo radical hasta lo institucional, hay quienes buscan cambiar el rostro de México y son esos los que no han sucumbido al pesimismo. Eso es lo que necesitamos: no sucumbir al pesimismo. Por supuesto que la pregunta es clave: cómo construir las vías para influir en la toma de decisiones, cómo hacerlo sin caer en el pragmatismo de los partidos políticos que anteponen lo particular a lo general.
Construir una ciudadanía profunda requiere organización, concurso en programas claves comunitarios. Si la prevención social y la reconstrucción del tejido social son claves para fundar sociedades seguras y responsables, es tiempo de hacerlo.
Esperar a que alguien emita la convocatoria para cambiar al régimen imperante o generar las condiciones para una nueva revolución civil es creer que las agujetas de los zapatos pueden desatarse con solo gritar, o pensar que tocando el claxon el tráfico disminuirá.
¿Cómo hace la ciudadanía para prevenir que el Distrito Federal no se convierta en una ciudad donde la tragedia de ciudad Juárez se repita? Nosotros tenemos las herramientas para crear los caminos de seguridad. Vamos a crearlo, vamos a construir el triunfo permanente y abundante.
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